domingo, 21 de noviembre de 2010

YA NO FUMO MÁS...!!

Él apenas podía respirar. Su edad rondaba los cincuenta, pero su aspecto demacradolo lo hacia mayor. Estaba rodeado de sueros y tubos, el más aparatoso saliéndole de la traqueotomía practicada en el centro del cuello. Tenía el camisón celeste de enfermo completamente desabrochado, mostrando las vendas del tórax.

Su mujer le contaba a mi padre que  había tenido complicaciones en la operación, por causas derivadas de su tabaquismo.
Mi padre la miraba a ella. Ella miraba a mi padre. El enfermo la miraba a ella. Yo veía al enfermo gesticulando con los labios, tratando de llamar su atención. Le pasaba algo en la boca. Sus ojos se abrían mucho y se volvían vidriosos. Le aviso de que necesita su ayuda, y ella enseguida coge un pañuelo y se lo acerca a la boca. Él prepara una bola de saliva viscosa entre verde y amarilla
 - Como se ahogaba, le han tenido que poner respirador .
comenzó a explicar ella
- y ahora se le reseca la garganta y se le acumulan los mocos, así que tengo que estar al tanto de  
    limpiárselos, para que no se atragante con ellos.
Hace calor, es pleno verano. Aquella maldita habitación tiene orientacion al oeste y lleva recibiendo el sol durante toda la tarde. El aire acondicionado no funciona bien, y la atmósfera es bastante densa. Los segundos pasan lentos.
Muy lentos.
Hay muchos periodos de silencio, en el que simplemente miramos cómo ella le limpia periódicamente la boca. El único ruido es el burbujeo del humidificador del suministro de oxígeno.
Él no puede hablar, pero forma palabras con los labios. Mi padre le había dicho que la gente no piensa en estas cosas cuando fuma, y que el tabaco no puede traer nada bueno. Él le da toda la razón, y le asegura que no piensa fumar nunca más. La conversación deriva por parte de su mujer sobre la cantidad de cigarros que él fumaba, y cómo se ha ido deteriorándo poco a poco, pero que aunque alguna vez había intentado dejarlo, el vicio siempre había sido más fuerte.
Mientras ella habla, él da boqueadas parecidas a las de un pez fuera del agua. Se está ahogando. Le pide a ella que llame al otorrino. "El otorrino", forma con la boca una y otra vez. "Llama al otorrino". Ella, resignada, le insiste en que los domingos el otorrino no está por ahí, que no se ponga nervioso y sea paciente. Que el respirador está funcionando y no puede ahogarse. Lo llamarán el lunes.
Yo comienzo a ser capaz de masticar el aire. Tampoco me entra, es espeso y caliente. Lo intento por la nariz, y nada. Abro la boca para ayudarme, pero no la abro demasiado para no parecer una falta de respeto por el paciente, que la tiene también de par en par sin que su problema mejore.
Una lágrima resbala por sus ojos, se desliza por la mejilla y oscurece un pequeño círculo de la funda de la almohada. "Yo ya no fumo más", dibuja con la boca. Después boquea de nuevo e insiste: "Me ahogo, el otorrino". Ella no puede hacer más que enjugarle las lágrimas y limpiarle la saliva con mocos de la boca.
El mundo comienza a volverse de color amarilloverdoso. El borboteo del oxígeno, el calor vibrante de la ventana, el aire pesado entrando intermitentemente en su laringe con un estertor que me recuerda a alguien arañando una tumba desde dentro...
Necesito respirar, por primera vez en mi vida me estoy mareando por la visita a un enfermo.
Mascullo a mi padre la excusa de que voy a por un agua mineral, y salgo al pasillo.
 Mi diafragma está tenso, pero los pasos me ayudan a relajarme y, por fin, las cosas dejan de dar vueltas y noto correr por mi garganta el aire que el hombre de la habitación no puede conseguir.
Cojo la botella de agua. Bebo. Pocas veces algo tan simple puede reportar un alivio tan grande. Respiro. Respiro otra vez. Estoy respirando, es algo maravilloso. Pero hay que volver, y por el camino de vuelta puedo notar sin problemas cómo la temperatura vuelve a ascender. 28º, 29º, 30º... allí dentro, con las cuatro personas y el sol dando en la ventana, calculo que hay fácilmente 35º. La humedad eleva la sensación térmica.
Él sigue llorando, boqueando y moqueando en silencio. Ella tiene la vista perdida en el infinito. Debe de estar cansada: por lo que cuenta, llevan así tres días seguidos. Ninguno de los dos ha podido dormir.
Para mi satisfacción, es hora de marcharnos. Mi padre le dice que no pierda el ánimo, que se recuperará, y que hay que cuidarse más. Él vuelve a repetir que después de eso, ya no fuma más. Internamente, recuerdo cada vez que un amigo o una amiga que fuma me han dicho "de algo tenemos que morirnos". Elevo una súplica a los dioses para que una asfixia lenta no intervenga en la mía. Quiero algo rápido e indoloro, por favor.
Nos vamos de allí. No quiero ni pensar en todo el sufrimiento que está viviendo él y al que está arrastrando a su familia.
Al menos cumplió su promesa: no volvió a fumar. Murió tres días después.


1 comentario:

  1. Necesito pedirte autorización para copiar este post en mi blog.
    He tratado esto de la EPOC , de la rehabilitación, y verdaderamente esta descripción tremenda, certera, golpeadora, le hace falta a muchas personas.

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